papeles de subinformación

miércoles, 18 de noviembre de 2015

la amenaza fantasma



Unas jornadas de barbarie. Un enemigo difuso. Un relato espectacular e imprudente. Una estrategia encubierta. Unas consecuencias imprevisibles. Un derrumbe a cámara lenta. Un planeta al límite. La vida convertida en mercancía de valor cero.

Es la guerra, dicen arriba. Sí, pero la guerra entre pobres -los que las pagan siempre, en todos los sentidos- es el horizonte de promesas de la plutocracia global tras los atentados terroristas de París:
Los mismos mandatarios que pronuncian grandes arengas ante las cámaras de televisión llamando a la defensa de valores que califican de sagrados como la libertad o la justicia, los mismos líderes mundiales que nos avisan de la urgencia de hacer algo ante la inminencia de otro ataque despiadado en cualquier momento y en cualquier lugar, se reúnen una y otra vez para dejarlo todo exactamente como estaba, mantener sus posiciones, vigilarse unos a otros y demorar cualquier acción o decisión anteponiendo sus intereses geopolíticos y económicos por encima de cualquier otra consideración o imperativo moral, ético o legal.
La democracia debe haber quedado solo para las ruedas de prensa y el drama para los telediarios. En el mundo real se juega a otra cosa que solo deben saber los mayores y la gente importante. [Algo no cuadra, de Antón Losada]
El resultado es un estado de excepción permanente o la sobada unidad de los demócratas del extremo centro apresurándose a poner puertas al campo mientras laminan derechos civiles históricos en nombre de la libertad:
Las élites dirigentes de Estados Unidos y Europa, que tan enérgica y desvergonzadamente publicitaron su sistema político para ganarse el apoyo de los pueblos de Europa oriental, ahora están desembarazándose sigilosamente de ese mismo sistema. El capitalismo contemporáneo requiere un andamiaje jurídico adecuado, tanto nacional como internacional, y árbitros que se pronuncien sobre las disputas entre las empresas y sobre los derechos de la propiedad, pero en realidad no necesita una estructura democrática, salvo como escaparate. Durante cuánto tiempo nuestros gobernantes se tomarán la molestia de preservar las formas de la democracia, al tiempo que la vacían de cualquier contenido real es el argumento de un serio debate. [Tariq Ali, en El extremo centro]
Tras la coartada del austericidio, llega otra vuelta de tuerca más en la doctrina del shock, al tiempo que escasea la necesaria contextualización (y la ética) en el periodismo mainstream, salvo las habituales y profesionales excepciones que revelan el cruce de intereses en la amenaza fantasma de Daesh. Es el caso de Iñigo Sáenz de Ugarte (@Guerraeterna), enlazado más arriba, o de la periodista Olga Rodríguez, en dos artículos de imprescindible lectura para comprender la situación:
El odio alimenta el odio, la violencia genera violencia, incluyendo la violencia humanista. Urge un cambio que libere ya la solidaridad, la justicia, la libertad, los derechos humanos, el planeta, la vida en definitiva, de la cuarentena -prácticamente ya el presidio, según la escala- a la que los están sometiendo los maquinistas de un tren cuya vía dicen conocer pero no su destino final. Excepto las personas que entendemos que éste no es otro que el descarrilamiento moral, social y vital, cuya crítica o denuncia supone, cada vez más, situarse en la disidencia -sedición, según ciertos ultracentristas de la yihad neocon- del redundante nuevo  (des)orden mundial.

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