papeles de subinformación

lunes, 18 de enero de 2016

última llamada


Última llamada es un expresivo manifiesto difundido en el verano de 2014 que pretende alertar del colapso social, económico y ecológico en ciernes y de la urgente necesidad de una transformación profunda de la civilización humana:
Estamos atrapados en la dinámica perversa de una civilización que si no crece no funciona, y si crece destruye las bases naturales que la hacen posible. Nuestra cultura, tecnólatra y mercadólatra, olvida que somos, de raíz, dependientes de los ecosistemas e interdependientes. [...] 
El siglo XXI será el siglo más decisivo de la historia de la humanidad. Supondrá una gran prueba para todas las culturas y sociedades, y para la especie en su conjunto. Una prueba donde se dirimirá nuestra continuidad en la Tierra y la posibilidad de llamar “humana” a la vida que seamos capaces de organizar después. Tenemos ante nosotros el reto de una transformación de calibre análogo al de grandes acontecimientos históricos como la revolución neolítica o la revolución industrial.
A pesar de las élites negacionistas del desastre, cada vez son más las personas conscientes y bien documentadas -tildadas de catastrofistas, agoreras o aguafiestas por aquellas- del grado decisivo en el que nos encontramos. Acaban de ser publicados por Intermón-Oxfam en su informe Una economía al servicio del 1% los escalofriantes datos sobre desigualdad y su aumento descontrolado a escala mundial y también en el país paradigma de la recuperación en el primer mundo, el nuestro: 62 personas poseen tanta riqueza como 3.600 millones, y además
En España, el 1%  de la población concentra más riqueza que el 80% más pobre. En 2015, mientras el patrimonio de las 20 personas más ricas del país se incrementó un 15%, la riqueza del 99% restante de la población cayó un 15%. Los presidentes de las empresas del IBEX35 cobran ya 158 veces más que el salario de un trabajador medio. El incremento de la desigualdad en nuestro país se debe principalmente a la combinación de una enorme brecha salarial con una un sistema fiscal regresivo que grava poco a los que más tienen. Los presidentes de las empresas del IBEX35 cobran 158 veces más que un trabajador medio. 
La fuga de recursos hacia paraísos fiscales no ha cesado en los peores momentos de la crisis. La inversión desde España hacia paraísos fiscales creció un 2000% el 2014. Oxfam denuncia que con lo que se pierde con esta fuga se podrían financiar políticas públicas como garantizar la atención a más personas en situación de dependencia, teniendo en cuenta que 400.000 están en lista de espera.
Esta escapada hacia ningún lugar de los adictos al canibalismo no puede ser ocultada ya por la propaganda tóxica de sus peones en (des)gobiernos y medios de (in)comunicación. Son muchas, demasiadas, las señales del caos. Un alud a cámara lenta de incertidumbres financieras y certidumbres naturales -agotamiento de recursos, desbordamiento de los límites del planeta, crueldad y precarización en todos los órdenes- se nos viene encima. Un runrún que será ensordecedor, pero no inevitable todavía, como advierte Antonio Turiel:
Pues sí, señores, las consecuencias del peak oil eran éstas, lo que hace tiempo que yo denomino el oil crash:  la imposibilidad de nuestra sociedad de mantener el sistema actual, una vez que hemos llegado al cenit de producción de petróleo. Es a esto a lo que se parece, es a esto a lo que huele y a lo que sabe. Y esto sólo es el comienzo: si no lo entendemos y no comenzamos a tomar desde ya medidas para adaptarnos vendrán guerras, escasez, desabastecimiento... Yo personalmente hace tiempo que apuesto por que España se meterá en aventuras militares en varios países y particularmente en Argelia, cuando allí estalle la guerra civil actualmente en ciernes; guerras que agotarán más rápidamente a España y que nos hundirán con mayor celeridad en el fango. 
Pero, repitámoslo una vez más: nada de eso es necesario, no necesitamos hundirnos en la miseria, no está escrito en piedra que nuestro destino inevitable sea el colapso. No es verdad. Aún podemos cambiar el rumbo de las cosas. Debemos decir y decirnos la verdad a la cara, pasar de la idea a la acción, hacer propuestas de futuro. Es posible. Hagámoslo. 
¿No lo oyen? Es el rumor del peak oil. Apresurémonos, antes de que sea un fragor, antes de que la previsible avalancha nos arrastre.
Tal vez aún no sea demasiado tarde, pero el movimiento ha de ser rápido y contundente. El obstáculo es demasiado poderoso y no está muy dispuesto a ceder, como se ha demostrado en la pasada cumbre del clima de París, bien explicada por Fernando Llorente en su esclarecedor artículo De París al colapso. La inteligencia colectiva tendrá que ponerse en marcha frente a la barbarie. Dependerá del común, organizando un horizonte de resistencia, que no es poco:
La paradoja es que, si bien técnicamente es aún posible evitar el colapso climático, las conclusiones de COP21 certifican que políticamente es imposible, que el capitalismo no va a ser reformado, ni siquiera refrenado, que la carrera del crecimiento económico y, por tanto, del aumento de la entropía no va a cesar... hasta apurar el vaso, hasta agotar los recursos fósiles, hasta agotar el agua y la fertilidad de la tierra, hasta elevar las temperaturas por encima del umbral catastrófico, hasta el colapso. La crisis climática requeriría un decidido y urgente esfuerzo colectivo para reducir drásticamente el consumo de energía y materiales, y al mismo tiempo reducir drásticamente la desigualdad social. Ambas tareas contradicen la esencia del sistema, pero lo peor es que también contradicen las creencias y la conciencia de las mayorías sociales. Las tareas y posiciones del movimiento ecologista han de mutar y reorientarse en este nuevo ciclo que se abre ahora. Ya no se puede ‘salvar el planeta’, ya sólo se puede aspirar a atenuar el sufrimiento social que el fracaso del capitalismo está provocando. Ya sólo podemos aspirar a “organizar el pesimismo” (W. Ben­jamin) para “fracasar mejor” (S. Beckett). Ya no podemos aspirar a la sostenibilidad entendida como transición gradual a un planeta verde. El tiempo se ha acabado. Ahora el horizonte es el de la resistencia y la resiliencia, el de esquivar los escenarios más dramáticos de la distopía que trae el colapso de la civilización industrial. El­ horizonte es el de preparar a las comunidades en que vivimos para sufrir lo menos posible y adaptarse lo mejor posible a un escenario de profunda incertidumbre. 
Demasiado tarde estamos comprendiendo que la ecología sin socialismo es vana, como máximo un pío deseo, y que el socialismo sin ecología es un error y por tanto un horror. Pero quizás no sea demasiado tarde para una alianza estratégica con los otros movimientos en defensa de la vida, esencialmente el feminismo. Una alianza que pueda empujar la necesaria y urgente revolución cultural: pasar de priorizar la producción a priorizar la reproducción y el cuidado de la vida. Una revolución que ponga el énfasis en un doble movimiento virtuoso de progreso moral y regresión material o decrecimiento, humanismo no antropocéntrico y austeridad o mesura. Una alianza que pueda guardar las mejores semillas del fracasado proyecto ilustrado  –porque la derrota del ecologismo es el definitivo fracaso de los mejores sueños y deseos de la Ilustración– a la espera de que en el colapso que viene se abran, entre los escombros, reductos de suelo fértil en que sembrar otra vez utopías.


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